“Aurora del Designio: Homilía y Oración ante la Concepción de la Madre de Dios”

09.12.2025
«Dios visita lo sencillo de la tierra y desde esa humildad acogedora prepara la aurora de la Encarnación.»

Homilía


Amadísimos hijos en la espera santa: Colmados por la fragancia que la Theotokos derrama con su vida y su ejemplo, avanzamos en este Adviento que, al hacerse más intenso y evocador, persuade al alma creyente a contemplar el misterio silencioso de su Concepción maravillosa, aurora que brota en el seno de la historia. Bajo este influjo sagrado, la Iglesia universal —en la pluralidad venerable de sus tradiciones cristianas— nos invita a reconocer una verdad entrañada en la fe de todos: entre los santos, resplandece con singular fulgor la Madre de Dios, la Virgen María.

En su persona, el largo viaje espiritual del pueblo elegido alcanza su floración más pura, como si la fe de muchas generaciones encontrara en su ser más profundo un cauce para acoger a la Palabra eterna. Las antiguas purificaciones, los silencios de los profetas y las esperanzas de los justos parecen confluir, con misteriosa armonía, hacia esta joven de Nazaret que, al escuchar al mensajero divino, abre el tiempo de los hombres a la Encarnación.

En la senda que se despliega con este día sagrado, la figura de María aparece como recinto vivo donde la gracia encuentra acogida y la antigua promesa halla descanso. El título de Theotokos, pronunciado con veneración desde los primeros siglos, expresa la confesión más honda acerca de Cristo, pues en ella contemplamos al Hijo eterno recibiendo de nuestra carne un corazón para latir en medio del mundo. Así se desvela su bienaventuranza, cuando su escucha interior, su disponibilidad silenciosa y su adhesión confiada a la palabra recibida se revelan como signo de una humanidad capaz de ser morada de Dios. En la hondura de este consentimiento emergen los rasgos del discípulo verdadero: esa atención amorosa al designio divino y la fortaleza que sostiene la esperanza incluso cuando la espada anunciada roza el alma.

Y así, como la dulce cadencia del rocío sobre los lirios al amanecer, se hace latente el don que despierta en el seno de santa Ana. Ningún portento irrumpe para quebrar el silencio, ninguna voz desciende desde lo alto; un hogar anciano, en su obediencia humilde, se deja sorprender por la visita vivificante del Altísimo. En ese recinto de espera prolongada, donde la esterilidad parecía definitiva, Dios entreteje el hilo luminoso que prepara el amanecer de su venida entre los hombres, y contempla a María, ya escogida en su designio eterno para custodiar en su carne la venida del Verbo cuando llegue la plenitud del tiempo. Así se manifiesta la antigua promesa, disponiendo el corazón desde el cual la Palabra recibirá morada.

Amados, en este día, todos los que nos acercamos a este misterio, en el silencio del corazón, descubrimos que la santidad no se reconoce en el estrépito de un viento impetuoso —pues tampoco Elías halló al Señor en aquel torbellino—, sino en la suavidad de una presencia que se insinúa como brisa silenciosa. Esta claridad interior avanza con la mansedumbre con que la luz de la aurora asciende hacia el cenit, y así va transformando el alma en un proceso que revela la paciencia divina sobre sus hijos. Por eso la Virgen, tan hondamente humana como nosotros, despierta asombro en quienes contemplan su vida, pues su augusta santidad nace de la docilidad, del asentimiento sereno al designio divino y de la rendición plena de su voluntad, que dejó espacio al soplo del Paráclitos. En ella encontramos aliento para nuestro propio camino, porque su existencia proclama que es posible avanzar hacia una comunión colmada de Dios en la pobreza ofrecida de nuestra humanidad, siempre que el alma se abra a Cristo con la misma pureza con la cual ella lo recibió.

De este modo, la Iglesia de Oriente contempla en María el templo no tallado por manos humanas donde resplandece la gloria del Altísimo, y la Iglesia de Occidente la venera como obra admirable de la gracia que actúa desde los albores de su concepción. Y más allá de estas tradiciones consagradas por el paso de los siglos, la hermosura espiritual de la Madre de Dios trasciende escuelas y acentos litúrgicos; en las múltiples expresiones de la cristiandad, incluso en aquellas comunidades más jóvenes en su desarrollo teológico, se la honra como figura de la humanidad que, tocada por la benevolencia divina, puede ser transfigurada. Y así como Abraham creyó sin ver, también ella acogió sin comprender del todo, movida por la fe que sostiene toda santidad. Ambos pronunciaron su "heme aquí". Que ese mismo consentimiento florezca en nuestros labios y en nuestra vida, para que se cumpla en nosotros la Palabra del Señor.

Que este día nos encuentre en vigilante expectación. Ante la Concepción de la Madre de Dios, la Iglesia entera reconozca el suave paso del Señor, que prepara la Encarnación de su Hijo Amado, el Redentor del mundo, con una delicadeza que sobrecoge incluso a los ángeles del cielo. Admiremos, pues, cómo en la pequeña casa de Joaquín y Ana resuena la esperanza de los pueblos: Dios visita lo sencillo de la tierra y, desde esa humildad acogedora, sigue abriendo camino hasta restaurar en sí mismo el equilibrio de todo lo creado y de cuanto aguarda ser traído a la plenitud por su Palabra.

Que la luz naciente de María ilumine nuestros pasos y, al contemplar este misterio, el alma aprenda a esperar, a recibir y a dar gracias. Porque en cada amanecer de gracia late el mismo amor que un día hizo germinar la vida nueva que ella llevaría en su seno, destinada a ser Madre del Emmanuel, su Salvador y Salvador nuestro, su Dios y nuestro Dios. Amén.



Oración


Señor Dios, fuente de toda vida y de toda promesa cumplida,
que hoy revelas la ternura de tu designio
en la Concepción de la Santísima Madre de tu Hijo,
haz que nuestros corazones perciban la suavidad de tus pasos
como la creación entera percibió el despertar de la redención
en la casa bendita de Joaquín y Ana.
Tú que haces germinar lo inesperado
y transformas el llanto en alabanza,
haz de nosotros tierra dispuesta
para la claridad creciente de tu Espíritu,
hasta que toda criatura encuentre en tu Hijo Amado
su plenitud y su paz.

Por tu bondad, oh Padre omnipotente,
recibe en María la Virgen, alegría prometida desde antiguo,
ella que conoció nuestras mismas luchas
y llevó sobre su corazón los cansancios de esta vida,
el sentir profundo de quienes peregrinamos todavía bajo la luz de tu rostro
y que ella contempla ahora en la gloria inmortal.
Que su memoria bendita nos acompañe
mientras aguarda la tierra el día sin ocaso,
y que, guiados por la claridad de su santidad,
primicia de todos los redimidos,
nazca en nosotros el consentimiento
que abre paso al Verbo, el Cristo.

A Él la alabanza, contigo, Padre eterno,
en la unidad viva del Paráclitos,
por los siglos de los siglos. Amén.


Homilía y Oración pronunciadas por Mons. + Abraham Luis Paula Ramírez 
en la Fiesta de la Concepción de la Santísima Theotokos (2025). 



Iglesia Antigua Católica y Apostólica

Una comunidad viva en la Tradición Apostólica, fiel al Evangelio de Cristo.

Inicio | Obispo | Doctrina | Espiritualidad | Misceláneas | Contacto

“Para que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti” (Jn 17,21)

Madrid, Reino de España – Secretaría Episcopal

Todos los textos y materiales aquí publicados pertenecen íntegramente a esta Comunidad de Adoración: IACA.
Se permite su uso pastoral o académico siempre que se respete la integridad doctrinal, se cite la fuente y no se desvirtúe su sentido católico y apostólico.

© 2025 Iglesia Antigua Católica y Apostólica | Idiomas: Español