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Iglesia Antigua Católica y Apostólica: Una Comunidad de Adoración

La Iglesia Antigua Católica y Apostólica se reconoce como parte viva del Cuerpo de Cristo, unida sacramentalmente a la Iglesia por los vínculos de la sucesión apostólica, la fe ortodoxa y la celebración válida de los sacramentos. En obediencia al mandato del Señor, anuncia el Misterio de la Fe: Cristo muerto y resucitado para la redención de la humanidad y la restauración de todas las cosas en Él. 

En su vivencia eclesial concreta, la Iglesia Antigua Católica y Apostólica se comprende ante todo como una Comunidad de Adoración, reunida en torno a la Eucaristía, sostenida por la Palabra, y configurada por la Tradición viva de la Iglesia indivisa.

Más que definirse por estructuras humanas, se reconoce como una asamblea convocada a la santidad, fiel al testimonio apostólico y abierta a la plenitud de comunión en Cristo. 

Proclama y mantiene con fidelidad la doctrina y el ministerio de la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica, según la fe transmitida desde los apóstoles y custodiada en la Tradición viva de la Iglesia. 

Su carisma más distintivo es el compromiso con la catolicidad antigua, entendida como una fidelidad viva y orante a las fuentes, que brota del deseo de conservar lo esencial y verdadero de la fe de los orígenes: la Sagrada Escritura, los Padres de la Iglesia, la Liturgia, y la disciplina eclesial de la Iglesia indivisa del primer milenio. 

Por ello, todo lo que en ella tiene lugar —Palabra, Liturgia y Sacramentos— se articula en fidelidad a la Revelación divina, enraizada en la Sagrada Escritura, la Tradición apostólica, la razón iluminada por la fe y el discernimiento de la experiencia eclesial vivida en comunión. 

Los fieles que se congregan en la Iglesia Antigua Católica y Apostólica profesan la fe de la Iglesia indivisa, tal como fue expresada en los Concilios Ecuménicos de los primeros siglos, reconociendo en ellos un testimonio auténtico de la verdad revelada, común a todas las Iglesias que confiesan a Jesucristo como Señor y Salvador. Esta fidelidad se vive en apertura al diálogo ecuménico, con respeto por el desarrollo orgánico del dogma y con espíritu de comunión con aquellas Iglesias que mantienen la fe apostólica en su integridad.

Todo ello se realiza bajo el principio de un discernimiento constante, siempre en actitud de humildad, obediencia a la verdad y búsqueda de una comunión más plena en el único Cuerpo de Cristo.  

 


¿Católicos? 

Sí. La catolicidad de nuestra comunidad eclesial se manifiesta a través de aquellos elementos esenciales que la Iglesia ha reconocido desde los orígenes como expresión de su continuidad con los apóstoles, especialmente la sucesión apostólica, viva y operante por la acción del Espíritu Santo.

Todo cuanto la Iglesia Antigua Católica y Apostólica celebra, profesa y transmite —en su liturgia, en su doctrina, en su vida sacramental— tiene su fundamento en la misión confiada por Cristo a sus apóstoles, y en la continuidad visible de esa misión a lo largo de la historia.

La forma de gobierno episcopal-sinodal y la autonomía pastoral que la Iglesia Antigua Católica y Apostólica vive en fidelidad a la Tradición no contradicen la comunión de la Iglesia, sino que expresan su dimensión católica más genuina, según el modelo de las Iglesias locales de los primeros siglos, cada una presidida por un obispo en comunión con la fe apostólica.

Todo ello corresponde a su carácter católico original, a su tradición eclesiástica doméstica, y a la comprobada sucesión apostólica que ha recibido por medio de las líneas históricamente transmitidas.

Esta forma de vida eclesial no contradice el misterio del sacerdocio común de todos los fieles; al contrario, lo afirma, lo acoge y lo configura. Por eso, en la vida de la IACA, cada bautizado tiene un lugar propio en la cooperación eclesial, en la participación eucarística y en la misión del Pueblo de Dios, bajo la guía del obispo y en la comunión viva del Espíritu.


Nuestra Misión

Anunciar con fidelidad al Cristo resucitado, vivo en su Iglesia y presente en la Eucaristía, dando cumplimiento a la Gran Comisión confiada por el Señor:
"Vayan y hagan discípulos a todas las naciones" (Mt 28,19-20).

Esta misión se vive con clara conciencia evangelizadora y sacramental, al servicio del Reino de Dios, que se manifiesta visiblemente en la comunión de la Iglesia, en la predicación de la Palabra y en la celebración de los misterios.

Vivir y custodiar la fe apostólica en comunidad, mediante el culto divino, la oración común y la celebración de los sacramentos, que son fuentes indispensables para la edificación del Cuerpo de Cristo. La IACA se comprende como una familia de fe, reunida por la gracia del Bautismo, animada por la caridad fraterna y abierta a todos, sin acepción de personas, como signo vivo del amor trinitario.

Esta comunidad de adoración, que camina en fidelidad a la Tradición apostólica, no reclama para sí ninguna exclusividad ni supremacía en la misión evangelizadora de la Iglesia universal. Vive su vocación desde la humildad eclesial, con profundo respeto hacia las Iglesias históricas —particularmente la Iglesia Católica Romana y las Iglesias Ortodoxas—, en las que reconoce plenitud sacramental y fidelidad apostólica.

En espíritu de reverencia y comunión espiritual, participa del mismo anhelo: dar gloria a Dios, anunciar a Cristo, edificar la Iglesia y servir al mundo.


Nuestra Visión

Como comunidad católica de tradición antigua, nuestra visión se orienta a reconocer y acoger con gratitud la riqueza espiritual de las diversas tradiciones cristianas, discerniendo en ellas los elementos de auténtica catolicidad que reflejan la acción del Espíritu Santo a lo largo de la historia.

Contemplamos con admiración la belleza y armonía del cristianismo en sus múltiples expresiones históricas, especialmente allí donde se conservan con fidelidad los rasgos esenciales de la fe: la confesión de Cristo como Señor, la celebración sacramental, la veneración de las Escrituras y la continuidad con la Tradición apostólica.

En cada una de ellas, reconocemos la presencia activa de Cristo y el impulso del Espíritu Santo hacia la unidad, así como la posibilidad real —si bien imperfecta— de una comunión espiritual profunda entre los creyentes, en un mismo sentir y un mismo Espíritu, conforme al deseo del Señor: "Que todos sean uno" (Jn 17,21).

La Iglesia Antigua Católica y Apostólica, en fidelidad a su vocación plenamente católica —es decir, universal—, mantiene una disposición abierta al diálogo y a formas posibles de intercomunión, particularmente con aquellas Iglesias consideradas históricas y portadoras de una catolicidad contrastada, con quienes comparte raíces cristológicas, pneumatológicas, escriturísticas y patrísticas.

Esta forma de vida eclesial se ejerce con libertad de espíritu, conforme a los principios episcopal-sinodales que rigen su discernimiento y organización pastoral actual. Todo ello se realiza con fidelidad a la conciencia eclesial recibida, en apertura a la acción del Espíritu Santo y en actitud de obediencia al designio de unidad querido por el Señor.


En la figura del Cristo Peregrino, esta comunidad reconoce el signo silencioso y luminoso de su vocación. 

Aquel que camina entre los suyos, con los pies cubiertos de polvo y el corazón encendido en la voluntad del Padre, guía sin imponerse, consuela sin retener, y pasa sin olvidar.

No se aferra al lugar ni al momento: va donde el Espíritu lo conduce, sostenido por la fidelidad del Padre y entregado en obediencia amorosa a la misión que le fue confiada.

Así también esta asamblea, recogida en su Nombre, vive su fe en adoración y camino, confiando en que la fidelidad no se opone al movimiento, y que seguir al Señor es aprender a avanzar con paso humilde y mirada al horizonte.

Bajo su mirada, continúa su paso sin estruendo, se detiene sin miedo y espera con esperanza.
El Cristo que camina nos precede. Y nosotros, en silencio, lo seguimos.


Oración 

Oh Cristo, amor mío, salvación de los que te invocan y gozosa luz sin ocaso; tú, que al descender de la gloria del Padre y habitar entre nosotros, no sólo conoces el sendero de los hombres, sus angustias, miedos, glorias y alegrías, sino que te hiciste camino, verdad y vida para todos los que en ti confían: Acompáñame en el itinerario de mi existencia, de manera que, ya sea en la bonanza o en la adversidad, pueda yo marchar triunfante, como tú me has dado ejemplo, oh vencedor de la muerte y dador de la Vida, resplandor e Imagen del Dios invisible; a quién contigo sea toda gloria, en la unidad del Espíritu, por los siglos de los siglos. Amén. 

Iglesia Antigua Católica y Apostólica

Una comunidad viva en la Tradición Apostólica, fiel al Evangelio de Cristo.

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“Para que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti” (Jn 17,21)

Madrid, Reino de España – Secretaría Episcopal

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