
“Esto es mi Cuerpo, entregado por vosotros”.
El Leccionario en un texto
Primera Lectura: Éxodo 12, 1-8. 11-14
"Este será un día memorable para vosotros; en él celebraréis fiesta en honor del Señor. De generación en generación, como ley perpetua lo festejaréis". (Éxodo 12, 14)
Salmo 115 (116), 12-13. 15-16. 17-18
"El cáliz de la bendición es comunión de la sangre de Cristo". Salmo 115, R/. (1 Co 10,16)
Segunda Lectura: 1 Corintios 11, 23-26
"Cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva". (1 Corintios 11, 26)
Evangelio: Juan 13, 1-15
"Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis". (Juan 13, 15)
Pregón Litúrgico
Amadísimos hermanos en Cristo:
Silencio…
La noche se ha hecho sagrada.
Los ángeles detienen el vuelo.
Los siglos contienen el aliento.
Hoy, el Hijo eterno, que es Luz
de Luz y Resplandor del Padre, se sienta a la mesa de los hombres.
Hoy, la Sabiduría increada toma en sus manos el pan terrestre, lo parte, lo
bendice, y pronuncia palabras que rasgan el velo del tiempo:
"Esto es mi Cuerpo, entregado por vosotros."
Hemos entrado en el umbral sagrado del Triduo Pascual, el momento más solemne del Año Litúrgico, donde el cielo toca la tierra y los corazones se inclinan en adoración ante el misterio de la pasión más sublime. Hoy el Cenáculo se abre ante nosotros, y el Maestro nos acoge en la intimidad de su última cena, allí donde la eternidad se hace pan, y el Verbo se arrodilla para lavar los pies de los suyos.
Este día es un espejo del alma de Cristo: silencioso, profundo, repleto de símbolos que no son solo memoria…
Esta noche —misteriosa y santa—
el Cordero sin mancha se ofrece antes del sacrificio;
el Altar se adelanta a la Cruz;
y el Amor, con gesto de esclavo, se arrodilla ante sus amigos.
Así comienza la inmolación del
Cordero,
no con látigos, ni clavos,
sino con una cena,
con un lavatorio,
con una entrega silenciosa y total.
Hoy conmemoramos el nacimiento de tres misterios que no
pasarán:
el Sacramento del Altar,
el Sacerdocio de la Nueva
Alianza,
y el Mandamiento del
Amor fraterno,
que es llama divina encendida en el corazón del mundo.
Hoy, sin dudas acudimos perplejos ante la brillante escena donde el Amor se inclina.
La Primera Lectura que hemos escuchado, tomada del libro del Éxodo, nos lleva a los inicios de la Pascua: al cordero inmolado, al pan sin levadura, a la sangre que protege. Dios establece un memorial que trasciende el tiempo. Aquella Pascua antigua, figura de lo que había de venir, encuentra hoy su plenitud en Cristo, el verdadero sacrificio, sin mancha ni pecado, que se ofrece por la salvación del mundo. No ya sangre en los dinteles, sino sangre en el cáliz; no ya carne asada con fuego, sino Pan Vivo bajado del cielo.
"Tomad y comed…" —dice Él—
y en ese gesto, la eternidad se encarna en el pan.
"Tomad y bebed…" —y la Sangre del Cordero nuevo comienza a fluir,
no sobre dinteles de piedra, sino sobre los altares de los siglos.
San Pablo, en la Segunda Lectura, nos transmite con solemnidad lo que él mismo recibió: que, en aquella noche santa, Jesús nos entregó su Cuerpo y su Sangre como prenda de vida eterna. Aquí no hay símbolo vacío, ni simple recuerdo. Aquí acontece un misterio real: el Pan partido es el mismo Cristo entregado, el Cáliz bendito es la Sangre derramada por amor. Cada vez que celebramos la Eucaristía, proclamamos su muerte y su victoria, anticipando el Banquete eterno.
La mesa del Cenáculo es ya altar,
el Pan es ya hostia,
la Sangre es ya redención.
Y el Señor, sabiendo que venía
de Dios y a Dios volvía,
se ciñe una toalla.
El Maestro se inclina.
El Pastor lava los pies de las ovejas.
La Fuente se derrama.
La Majestad se abaja.
Pedro no comprende —y con él,
todos nosotros—
pero el Señor insiste:
"Si no te lavo, no tienes parte conmigo."
He aquí el Misterio:
quien no se deja amar, no puede amar;
quien no se deja lavar, no puede estar limpio;
quien no se deja servir, no podrá servir.
"Haced vosotros lo mismo." El Señor se hace siervo para que nosotros aprendamos a reinar sirviendo. Él, siendo Dios, no se aferra a su condición divina, sino que se abaja… hasta el polvo de nuestros pies. Así nos muestra que la gloria del Reino no está en dominar, sino en la entrega ardiente y desinteresada.
Hermanos: hoy no solo recordamos hechos del pasado. Hoy nos sumergimos en el misterio vivo de un Cristo que nos sigue llamando al Cenáculo para que nos dejemos lavar por su humildad, alimentar por su Cuerpo, y transformar por su amor.
Y en esta noche, mientras todo
calla,
un clamor invisible atraviesa el mundo.
Desde los claustros silenciosos
hasta los templos escondidos,
desde las catedrales que cantan hasta los hogares que oran,
todos los que aman al Señor,
todos los que lo siguen con corazón sincero —
católicos, ortodoxos, protestantes,
cristianos de toda lengua, nación y denominación—
hoy miran hacia el Cenáculo,
y se sienten llamados, como nosotros,
a vivir el Mandamiento Nuevo:
"Que os améis unos a otros como Yo os he amado."
Oh, si escucháramos su voz,
si dejáramos caer nuestras espadas,
si nos laváramos mutuamente los pies,
si compartiéramos el pan y el espíritu,
¿no resplandecería ya sobre el mundo
la unidad por la que Cristo oró en Getsemaní?
No hay verdadera Eucaristía si no hay caridad entre nosotros. No hay presencia real si no buscamos la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz. Hoy, Jesús nos muestra que la comunión comienza con un gesto: lavarse los pies, reconocerse hermanos, y vivir como un solo corazón en Dios.
Queridos hijos, esta noche no es una noche más. Es la Noche del Amor. La noche en que el Rey del universo se arrodilla ante nosotros. La noche en que el Pan se convierte en eternidad. La noche en que el Amor vence al orgullo. La noche en que nace la Iglesia como un pueblo escogido, consagrado para servir, adorar y amar.
Abramos el corazón,
adoremos en silencio,
dejemos que el perfume del Amor crucificado
penetre nuestras heridas,
y volvamos a la vida como hombres nuevos,
sacerdotes de lo cotidiano,
hostias vivas ofrecidas al Padre.
Esta es la Noche del Amado.
Esta es la Noche del Cuerpo entregado.
Esta es la Noche de la Unidad que nace del Amor.
Entremos, pues, en este misterio con el alma desnuda y los pies descalzos. Comamos el Pan de los Hijos, bebamos del Cáliz de la nueva Alianza, y abramos el corazón al amor que lava, que redime, que salva.
Amén.
Mons. + Abraham Luis Paula